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Sobre la sustancia y los accidentes de Aristóteles

Introducción

En esta entrada haremos una reflexión sobre la sustancia y los accidentes de Aristóteles y veremos algunos de los problemas que presenta esta distinción.

¿Qué es la sustancia?

Para Aristóteles, la sustancia o entidad de una cosa sería lo que subyace a cada ente, lo que lo sostiene. Las sustancias pueden ser corpóreas, como un caballo o un lápiz, o incorpóreas, que existen sin materia, como el alma. Veamos cómo la definía este autor:

Sustancia se dice de los cuerpos simples, tales como la tierra, el fuego, el agua y todas las cosas análogas; y en general, de los cuerpos, así como de los animales, de los seres divinos que tienen cuerpo y de las partes de estos cuerpos. A todas estas cosas se llama sustancias, porque no son los atributos de un sujeto, sino que son ellas mismas sujetos de otros seres.

Aristóteles, Metafísica, libro V, 8.

¿Qué son los accidentes?

Mientras que los accidentes serían las cualidades de este ente o ser. Hay nueve tipos de accidentes: cantidad, cualidad, acción, pasión, relación posición, hábito lugar y tiempo.

Accidente se dice de lo que se encuentra en un ser y puede afirmarse con verdad, pero que no es, sin embargo, ni necesario ni ordinario»… «El accidente se produce, existe, pero no tiene la causa en sí mismo, y sólo existe en virtud de otra cosa.

Aristóteles, Metafísica, libro V, 30.

Así, un caballo tendría una sustancia corpórea (su materia y su forma de caballo), pero también tendría unos accidentes, como puede ser su color, su altura o su edad. Los accidentes siempre son pasajeros y no exclusivos de este caballo (por ejemplo, el color puede estar presente en otros muchos seres, igual que la edad).

Por lo tanto, la sustancia sería la que soporta los accidentes, igual que la cimentación de un edificio soporta los pilares, las vigas, las ventanas o la fachada. Pero al igual que nos pasa al contemplar un edificio, en los objetos percibidos no vemos sus cimientos (su sustancia) sino la parte externa o visible del edificio (la fachada, las ventanas, etc.), es decir, los accidentes.

Por eso Kant decía que el noúmeno, lo que es en sí cualquier cosa, está oculto bajo la apariencia fenoménica (lo que podemos ver, es decir, los accidentes).

Problemas con la distinción entre sustancia y accidentes

Sin embargo, esta distinción entre sustancia y accidentes, comúnmente aceptada en el pensamiento occidental, presenta, desde mi punto de vista, muchas limitaciones.

Voy a poner tres ejemplos, para ayudar a entender este punto de vista.

1. Los accidentes no siempre informan de un cambio sustancial

Imaginemos que tenemos un hormiguero, que para nosotros es fácilmente reconocible. Sin embargo, empezamos a hacer pequeños cambios. Primero introducimos una hormiga robot, que es exactamente igual en apariencia que el resto de hormigas y realiza exactamente la misma función. Ahora introducimos una segunda hormiga, y otra, y otra. Llegará un momento en el que el hormiguero será otra cosa. ¿Cuándo se producirá este cambio sustancial? ¿Al llegar al 5% de la población de hormigas? ¿Cuando sobrepasáramos el 50%? ¿Al sustituir a la reina? ¿Desde la primera hormiga?

Está claro que tarde o temprano habrá un cambio sustancial, pero no sabemos decir cuándo, porque la sustancia del hormiguero está oculta a nosotros.

Si nadie nos informa de estos cambios seguiremos pensando que el hormiguero sigue teniendo la misma sustancia, aunque en realidad hayamos sustituido ya el 100% de las hormigas.

2. Los accidentes a veces informan de un caso sustancial que no se ha producido

Para explicar este supuesto, pensemos en un trastorno neuropsiquiátrico llamado Síndrome de Capgrass (la confusión entre sustancia y accidentes en el ámbito de la Psicología y la Neurociencia no es exclusiva de este síndrome sino que se da en multitud de trastornos e incluso en experiencias cotidianas en ausencia de patologías; en esta entrada pongo un ejemplo para que se entienda con mayor claridad).

Pues bien, los pacientes que padecen este síndrome, desarrollan  la convicción de que un ser querido, por ejemplo, un hijo, es un impostor. No pueden apreciar cambios físicos destacables en esa persona, para ellos este individuo es idéntico a su hijo, padre, pareja o incluso mascota. Su aspecto físico, sus marcas corporales (lunares, cicatrices, etc.), su conducta, sus recuerdos, sus ideas o preferencias, todo es idéntico a él; pero en su fuero interno, “saben” que ése no es su ser querido. Lo saben aunque todo el mundo (médicos, psicólogos, demás familiares, profesores, etc.) le insista en que sí que es la persona que dice ser.

Para estos pacientes, hay una gran conspiración para hacerle creer que su ser querido es el mismo, pero ellos saben que no, que los demás están equivocados, que ha sido sustituido por otro que es un impostor. ¿Qué ha sucedido?  

En realidad en estos pacientes se produce, por un proceso neurodegenerativo o por un daño neurológico sobrevenido, una desconexión entre la memoria visual y la memoria afectiva. De manera que ven a su hijo (o ser querido) tal y como es, pero en su fuero interno “saben” que no es él, porque no les despierta, como ha hecho siempre, una activación emocional intensa. Ante su presencia sienten lo mismo que ante un extraño. Por lo tanto, acaban desarrollando la idea de que no es él, se trata de un impostor, y solamente ellos son capaces de darse cuenta del engaño.

Por lo tanto, un accidente (en este caso concreto, el daño neurológico sobrevenido) nos hace pensar que ha cambiado una sustancia (lo que subyace a nuestro hijo o familiar querido), cuando en realidad ésta ha permanecido inalterable.

3. Los accidentes más propios de otra especie hacen que confundamos la sustancia

Este es el caso que se da en las ilusiones ópticas o en los trucos de magia. Un ejemplo podría ser el de un bastón que en realidad es una pistola. Los accidentes visibles en un primer momento, nos sugieren que se trata de un bastón. Si no tenemos capacidad de manipular o de observar cómo funciona el objeto nos mantendremos en esta idea. Sin embargo, mediante un análisis más cuidadoso que viera por debajo de esta apariencia externa, podríamos ver que el cilindro del bastón en realidad es un cañón, o que el embellecedor de la empuñadura es un gatillo.

En este caso, los accidentes no son los más propios de esa sustancia, sino que se corresponden mejor con los de otra, y esto nos induce a cometer un error.

Reflexión personal

Si cometemos a diario estos y otros muchos errores, ¿es posible que nunca podamos llegar a estar seguros de qué es realmente la sustancia que soporta estos accidentes? Nuestra capacidad de procesar la información siempre será limitada, podremos dar por supuesta una cosa (como en el caso del hormiguero, el familiar impostor o el bastón) y que en realidad sea otra. ¿Hasta qué punto los accidentes dependen siempre de esta sustancia “real”? Porque la hormiga robot no dependería de la hormiga real sino de la hormiga electrónica, la certeza de que nuestro familiar es un impostor no dependería del familiar en sí, sino de un daño en nuestro circuito neuronal, y los accidentes que vemos del bastón dependerían de manera externa o aparente de este bastón, y solamente de manera interna de un arma de fuego.

Conclusión

En resumen, en nuestro quehacer cotidiano:

A) En primer lugar, solamente veríamos accidentes que en principio pertenecen a una sustancia (hormiga, familiar impostor y bastón)

B) Haríamos una serie de procesos racionales de inferencia, por lo que llegaríamos a la conclusión de que lo que tenemos son los objetos que hemos creído percibir.

C) Una vez que hemos llegado al concepto de sustancia, su esencia, nuestro conocimiento de sustancia, nos hará ver de manera más precisa, clara o dotada de significado tanto a esa sustancia como a los accidentes (pero recordemos que en este caso, nuestra idea de sustancia no es la correcta).

Solamente si este proceso nos aportara nueva información, por ejemplo, si vemos que a una hormiga empieza a salirle humo, o si vemos que nuestro hijo muestra algún tipo de comportamiento que es inequívocamente suyo, o abrimos el bastón y vemos qué hay dentro, podremos reformularnos la idea inicial que teníamos de sustancia.

Es decir, el ciclo volvería a comenzar. Con esta “luz nueva” reorganizaríamos toda la información acerca de la sustancia y los accidentes para dotar de un sentido más preciso y ajustado a la realidad nuestra experiencia.

Pero volviendo a Kant, si nos hemos equivocado una vez, ¿cómo podemos estar seguros de que ahora estamos en lo cierto? En verdad, ¿podremos llegar a conocer la esencia que realmente subyace a nuestra realidad o nos tendremos que conformar con aproximaciones cada vez más plausibles?

Referencias

La metafísica aristotélica: la teoría de la sustancia. Webdianoia.

Otras entradas sobre Aristóteles en este Blog.

Publicado en Aristóteles, Kant, Metafísica

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