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Nueva Guía para Descarriados

En esta entrada, os hago llegar el primer capítulo del libro que estoy escribiendo que lleva por título Nueva Guía para Descarriados.

Capítulo 1. El comienzo

Fuiste arrojado, desde tu morada húmeda, cálida, oscura y tranquila, a un espacio abierto, frío, desconocido y lleno de incertidumbres.

Cierto es que hacía tiempo que había algo que te impulsaba al cambio. El espacio que antes era adecuado y que te permitía moverte con libertad se había ido haciendo más y más estrecho. Soñabas, sí soñabas, con poder mover tus piernas, tus músculos, poder darte la vuelta como antes, estirarte, abrirte a lo nuevo, aunque no sabías muy bien a qué nuevas experiencias. ¿Qué podrías saber si no habías visto todavía la luz ni habías respirado con tus propios pulmones?

El día en que naciste fue terrible, la dulce morada que te protegió, te dio calor y la vida se volvió hostil. Algo te empujaba hacia el abismo y no sabías qué podías hacer. Te dejaste llevar, pensaste que ibas a morir. Pero todo salió bien. Una luz cegadora entró por primera vez en tus ojos. Un aire gélido entró dentro de ti dándote una sensación de júbilo y pánico.

A los pocos segundos la piel se empezó a enfriar y secar, pero las personas que estaban contigo te cubrieron, te dieron calor, y pudiste volver a sentir el ritmo pausado y reconfortante de la respiración de tu madre. Sentías un peso enorme en todo tu cuerpo, especialmente en tu cabeza, que casi no te dejaba moverte. Eras un ser torpe y desvalido, y lo sabías.

La evolución

Una sensación atroz apareció en tu estómago, por primera vez sentiste hambre, pero, ¿qué hacer? Era la primera vez que notabas algo así y estabas paralizado. No tenías ni la más remota idea de qué era aquello ni de cómo iba a terminar. De pronto vino un olor intenso que nunca antes habías sentido, algo se acercó a tu boca. Lo rechazaste una y otra vez. No sabías qué estaba pasando. Hasta que al final empezaste a mamar. Un torrente de gozo inundó todo tu ser, recobraste fuerzas, te sentiste vivo y por fin, empezaste a ver con cierto agrado el lugar en donde te encontrabas.

No todo era bello. Los sonidos eran muy fuertes. Oías la voz de tu madre con una intensidad a veces excesiva. Cada ruido te sobresaltaba. Había olores que te desconcertaban y otros que te atraían.

Cuando te acostumbraste al enjambre de ruidos que había a tu alrededor, notaste que había más personas cerca de ti y de tu madre. Eran personas que emitían sonidos entre ellos y que, aunque no entendías lo que decían, a veces parecían contentas y otras enfadadas. A veces trasmitían amor y cariño, y otras impaciencia o enfado. Todos estos intercambios eran interesantes para ti. También lo eran aquellas caras agradables que aparecían a veces ante tus ojos, que hacían gestos graciosos y que, no sabías cómo, te hacían sonreír o llorar.

No estabas solo

Contaste con el apoyo incondicional de mucha gente. De tus padres y abuelos, de tus hermanos, de los médicos, de muchos otros adultos que no conocías. Al poco tiempo te empezaste a sentir como uno más. A pesar de ser alguien indefenso, necesitado y sin nada que decir, aunque con mucho que expresar.

Con el tiempo, aprendiste a dar tus primeros pasos, a decir tus primeras palabras, a dormir por la noche y estar más activo por el día, y a respetar lo que tus padres, y más tarde tus profesores también, te decían. 

Todo iba bien, hasta que viste que quizá tú podrías hacer las cosas mejor. Lo que tus padres te habían dicho estaba bien, pero había cosas que seguramente tú podrías hacer de otra manera. Estabas cansado de que te dijeran lo que tenías que hacer, podías empezar una nueva vida, que sin duda sería mejor, más próspera y feliz. Lo ibas a hacer solo y te iba a ir bien.

El tránsito hacia la libertad

Aquí empezaron tus problemas. Esta guía es para ti, descarriado. Para todos los descarriados que han hecho cambios en su vida y que no han salido como ellos pensaban. Esos jóvenes que salieron de casa de sus padres y se encontraron con un mundo hostil y lleno de peligros. Estos hombres y mujeres que dejaron a sus parejas para ir a la búsqueda de una vida mejor y encontraron una existencia llena de soledad y de tristeza. Estas personas que emprendieron empresas arriesgadas y lo perdieron todo. Personas que no arriesgaron nada y aun así lo perdieron todo a causa de la crisis, la enfermedad o los reveses de la vida. Estas personas que, como comúnmente se suele decir, vendieron su alma por un plato de lentejas y ahora son consciente de lo que han hecho.

Decía Rodia Raskólnikov a su hermana Dunia en “Crimen y Castigo” (Dostoievski, 1999): “Llegarás hasta un límite que, si no lo traspasas, quizá serás desgraciada; pero si lo traspasas, quizás seas más desgraciada aún”. No quiero decir con esto que cada vez que afrontemos cambios en nuestras vidas salgamos perdiendo. Afortunadamente, la mayoría de las veces, nuestra vida mejora. El cambio es parte de la vida. Sin cambio no hay progreso ni aprendizaje posible. Sin embargo, no siempre es así.

Los nuevos descarriados

Cuando abandonamos la casa familiar, cuando dejamos o perdemos nuestro trabajo, o nos alejamos de nuestra ciudad de origen o de nuestro país, o renunciamos a nuestros valores, a veces nos sentimos perdidos, descarriados. ¿Qué hemos hecho mal? ¿Por qué a algunas personas parece salirles todo bien mientras que otras parecen no acertar nunca con sus decisiones? ¿Qué podemos hacer para mejorar nuestras decisiones en el futuro? En definitiva, ¿qué pasos siguen las personas que saben tomar las decisiones adecuadas en cada momento? Esto es lo que vamos a ver en esta Nueva Guía de Perplejos.

La Guía de Perplejos (también conocida como Guía de Descarriados) es un libro que escribió Maimónides en el año 1190. Fue el primer intento de integrar el judaísmo con la filosofía de su época, especialmente influida por Aristóteles. Mucho ha cambiado la sociedad y el conocimiento humano en estos casi 900 años desde que se escribió esta gran obra. Sin embargo, el espíritu de libertad humano es el mismo. Hay verdades de este libro que siguen vigentes hoy en día. Otras, sin embargo, se pueden explicar mejor desde otro contexto, no solo basado en la teología y la filosofía, sino también en la neurociencia, la psicología, o la ética de nuestro tiempo.

Pero para poder empezar a cambiar, primero hay que sentirse perplejo, descarriado, insatisfecho. Saber que algo no va bien en nuestra vida, en nosotros o en la sociedad. Si no es así, nos puede pasar como a Gran Elefante Pattu cuando fue a visitar el país de los sueños (Vidal, 2019), como veremos a continuación.

El sueño letárgico de Gran Elefante Pattu

A Gran Elefante Pattu le encantaba correr por el Bosque siguiendo a Papá y a Mamá Elefante. Era ya un elefante mayor.

[…] Sin embargo, últimamente estaba un poco pensativo. Le gustaba estar con Papá y Mamá Elefante, pero le molestaba estar siempre con ellos. Le gustaría tener más amigos de su edad para poder jugar al escondite o para bañarse juntos en el río. También le apetecía mucho viajar y conocer mundo, ver paisajes nuevos, animales diferentes… Por eso soñaba a menudo con irse bien lejos, a otros países.

La estación seca llegó al Bosque y con ella hizo aparición una vieja conocida: Mba Turaco. Su amiga, hacía cada año un gran viaje y siempre volvía durante la estación seca. Gran Elefante Pattu estaba pletórico de verla de nuevo. En cada uno de sus regresos, Mba Turaco contaba las maravillas que había visto en el País de los Sueños. 

Durante las semanas siguientes, Mba Turaco y Gran Elefante Pattu tuvieron largas conversaciones. Cuando la estación seca llegó a su fin, Mba Turaco empezó a preparar su viaje de retorno. Gran Elefante Pattu se acercó a ella y le dijo:

– Quiero ir contigo al País de los Sueños.

Mba Turaco le dijo que se lo pensara bien, porque era un sitio bonito, pero la travesía no estaba exenta de peligros. Sin pensarlo mucho, Gran Elefante Pattu decidió hacer el viaje. 

Un hermoso día, al alba, Mba Turaco se sintió llena de júbilo, empezó a saltar alegremente de árbol en árbol. Gran Elefante Pattu también estaba rebosante de energía, se entretuvo un buen rato saltando y trotando por el Bosque. Al mediodía, y sin que tuvieran que decirse nada, ambos se pusieron en marcha.

[…] Ya había pasado más de una luna desde que habían emprendido la marcha y Gran Elefante Pattu siempre caminaba siguiendo los pasos de Mba Turaco. Todo le parecía nuevo y precioso.

Un día, mientras caminaba por el Bosque, escuchó unos gritos y unos ruidos a lo lejos. No prestó atención y siguió su marcha, porque el pueblo Elefante no teme a nadie. Poco a poco, vio que los ruidos se iban acercando. Eran gritos, llamadas, cantos… Gran Elefante Pattu trató de esquivarlos, pero pronto se encontró ante una gran barrera de árboles que no podía sortear.

Gran Elefante Pattu sospechó que quienes habían estado haciendo estos ruidos le habían preparado una especie de trampa, y pensó: “¡Qué malos son!”. Trató de subir por encima de la barrera de troncos y no pudo. Dio media vuelta para intentar regresar por donde había venido, pero se dio cuenta de que la barrera de troncos tenía forma circular, y de que él se hallaba dentro. Solamente había una abertura que unos Hombres Negros estaban cerrando. Comprendió que estaba encerrado y aun así intentó escapar. Presa del pánico, contempló cómo estos Hombres Negros, que no había visto nunca, se aproximaban a él encaramados a los árboles próximos.  

Empezaba a estar enormemente angustiado. Empezó a dar vueltas en círculo y a barritar para pedir auxilio. Mba Turaco se sintió aterrorizada y huyó lo más lejos que pudo.

Pasados unos minutos, Gran Elefante Pattu notó algo que se deslizaba por su pata derecha trasera. Era el nudo corredizo de una enorme cuerda que había sido atada en su otro extremo a un árbol próximo. Gran Elefante Pattu tiró lo más fuerte que pudo, pero fue en vano. Al poco, notó la misma sensación en su pata izquierda trasera. En unos segundos comprobó cómo esta pata también estaba fuertemente atada. En poco tiempo, sus dos patas delanteras estaban en la misma situación. ¡Estaba atado por sus cuatro patas! ¡No se lo podía creer!  Y no podía hacer nada, porque cada cuerda estaba sujeta en un extremo a un árbol enorme.

En ese momento, vio cómo los Hombres Negros iban bajando de los árboles y se acercaban a él. Su miedo aumentó porque pensaba que de un momento a otro iban a matarle. Gritaba con todas sus fuerzas: “¡Dejadme que me vaya!”, pero parecían no escucharle. 

Al cabo de unos minutos quedó agotado. Se dio cuenta de que tenía hambre, y un Hombre Blanco, que tampoco había visto nunca, se acercó a él. Le trajo unas bananas maduras y se las dejó cerca para que las pudiera coger con su trompa. Se las comió todas y se dio cuenta de que tenía sed. El Hombre Blanco trajo un cubo con agua fresca y la colocó próxima a Gran Elefante Pattu. Nuestro amigo empezó a aspirarla con su trompa y luego a echarla a su boca, como hacen los elefantes cuando beben. 

Cuando hubo terminado, el Hombre Blanco empezó a hablarle dulcemente. Gran Elefante Pattu comprendió que le estaba hablando a él.

[…] Anduvieron durante mucho tiempo por el Bosque, luego atravesaron un prado y finalmente llegaron a una aldea donde vivía el Hombre Blanco. Allí vio que había unos veinte Niños Elefante, un poco más pequeños que él, que iban a la escuela de doma. Lo recibieron bien, le dijeron que no eran infelices, pero que tenían que obedecer para que no les pegaran. 

A veces dejaban tiempo libre para que Gran Elefante Pattu pudiera jugar con sus pequeños amigos. Jugaban al escondite detrás de un palo, se bañaban en el río y hacían tonterías echándose agua unos a otros con la trompa. En esos momentos, Gran Elefante Pattu barritaba de placer. ¿Estaba realmente Gran Elefante Pattu en el País de los Sueños?

Un día en que Gran Elefante Pattu estaba jugando con sus amigos, una vieja amiga logró encontrarle, era Mba Turaco, que desde el día en que salió volando presa del pánico, lo había estado buscando. Se posó en un árbol próximo a él y le dijo:

– ¿Cómo estás Gran Elefante Pattu? Te he estado buscando.

– ¡Hola! ¡Buenos días!, le respondió Gran Elefante Pattu. ¡Estoy en el País de los Sueños!

– ¿Seguro que estás bien? ¿Necesitas algo?

– No necesito nada, estoy perfectamente. Aquí me lo paso de maravilla.

– ¿Quieres que les diga algo a Papá y Mamá Elefante?

– Sí, dijo Gran Elefante Pattu. Diles que estoy bien, que estoy en el País de los Sueños. Me dan de comer todos los días un bollo con azúcar, y a veces me dan chocolate. Di a Papá y Mamá Elefante que vengan cuando quieran a conocer al Hombre Blanco.

– Se lo diré, dijo Mba Turaco, pero no creo que se decidan a venir.

– De acuerdo, ¡buen viaje!

– Gracias. Dicho esto, Mba Turaco levantó el vuelo y se fue.

Vidal, J. (2019). Memorias de Mba Turaco. Castellón de la Plana: ARAS Cathedra.

El primer paso hacia la solución

En este libro (Vidal, 2019), Mba Turaco comprendía perfectamente el daño que había infligido a Gran Elefante Pattu sin proponérselo. Sin embargo, dado que las fuerzas eran superiores a ella, no podía hacer otra cosa que levantar el vuelo y llorar en silencio. Pero lo más terrible es la conformidad con la que el joven elefante aceptó su nueva esclavitud. No era consciente en absoluto de lo que suponía su pérdida de libertad.

Si te sientes descarriado o perplejo. Si eres consciente de que has perdido o cedido parte de tu libertad por proyectos personales que no merecían la pena. En definitiva, si quieres cambiar las cosas, no eres como Gran Elefante Pattu. Sabes que hay un problema; y ser consciente de ello es el primer paso, el gran paso, para solucionarlo. Si tienes en tus manos este libro, es porque ya estás en camino de la solución.  

Bibliografía

Dostoievski, F. (1999). Crimen y castigo. Madrid: Ediciones Cátedra.

Maimónides. (1190/1947). Guía de los Descarriados. Tratado del Conocimiento de Dios. (F. Valera, Trad.) México D.F.: Orión.

Vidal, J. (2019). Memorias de Mba Turaco. Castellón de la Plana: ARAS Cathedra.

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Publicado en Dostoyevski, El sentido de la vida, Maimónides, Sociedad, Vidal López

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